Y si le llamamos armonía.
Armonía de los contrarios, de los
opuestos,
de lo guapo con lo feo,
de lo grande y lo pequeño,
de las galaxias que cuidan a sus
estrellas,
y del universo de dentro.
De las manos que se entrelazan,
armonía en la esperanza
y en las esperas más largas,
en los encuentros y en los colores,
en los paisajes,
en la fuerza de la hierba
y de las flores.
La armonía de lo creado,
de lo que es nuevo y lo que murió,
los ya repetidos pasos
y las risas que se suceden con los
llantos.
Y si le quitamos la etiqueta Dios
y le volvemos a bautizar
como armonía del corazón.
Y si borramos los mundos
que no nos sirven,
y jugamos a crear frases,
a poner calles
y ensamblar los adoquines
con la ternura tan necesaria,
a repartir risas como claveles,
y si nos dedicamos a cambiar
nuestra mirada y a ser originales.
Y si dejamos por fin de mirar hacia
la nada
y levantamos los ojos hacia la vida
que solo ama.
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