Ligeros soplos de aire
se llevan convicciones y montañas,
donde hoy digo amigo,
no sé qué diré mañana.
Cuando unas vidas empiezan,
otras se han ido,
el sufrimiento aparece
cuando muere la alegría,
lo que parecía que iba a ser para
siempre,
pierde brillo al otro día.
Pero hay un espacio escondido
donde protejo la vida,
al abrigo de impurezas
y del paso de los tiempos,
donde contemplo milagros,
donde almaceno los siglos,
y me visitan los cielos.
Todo cambia,
pero mi sitio permanece,
se hace grande,
tiene magia.
Es un regazo de eternidad
que yo toco con mi mano.
Nada me puede pasar,
nadie me puede hacer daño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario