Algunas veces en el día
necesito perforar
mi carne muerta,
para encontrar
la fuente de la vida.
Entonces me convierto
en exploradora
de áridas tinieblas,
de huellas muy antiguas;
en audaz aventurera,
en intrépida habitante
de este planeta.
Mis ojos, tan humanos,
no me sirven para ver
el hogar de lo invisible
y busco, con ahínco,
en la piel de todo
cuanto existe.
Emprendo mil batallas,
me pongo en pie
y levanto la mirada
cada día,
para traer la luz
hasta mi orilla.
La espada de un amor
me ha traspasado,
y aunque yo intente olvidarlo
ya no encuentro más descanso.
Mis manos son de fango,
mis ojos están ciegos,
más mi tierno corazón
recibe todos sus besos.
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