Para los que tienen sed
y tienen hambre del infinito,
para esos pocos locos
que van sembrando
flores y versos por sus caminos.
Para los que no se conforman
con el rígido engranaje
de sus noches y sus días
y ponen todo su empeño
en acompañar al sol
con un arranque de fe y de alegría.
Para aquellos que creen que el amor
es el mismo aire que respiran
y cada amanecer es un regalo
envuelto en luz y en armonía.
Para los que piensan que su persona
es la mayor obra de arte,
el cuadro más inspirado,
la sinfonía perfecta,
el más bonito poema,
y se asombran a cada instante
de su propia belleza.
Para los que ya abrieron su corazón
a las buenas noticias,
que se transmiten de padre a hijo,
de siglo en siglo,
y no atienden la llamada de la
razón.
Para los muertos que tienen vida,
para los vivos que yacen muertos
y aletargados
en las orillas de los caminos.
Son peregrinos del gran desierto
con brotes de agua,
que es nuestro centro.
Para los que ya tiraron sus temores
por la ventana,
y solo siguen andando
con motivos de alabanza.
Y para ti
y para mí,
que estamos hechos de agua y luz,
no de tiempo ni de barro,
porque la muerte
no ha podido con nuestro abrazo.
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